Tras una serie de cataclismos que forzaron a la humanidad a abandonar la Tierra, Nova Prime se convirtió en su nuevo hogar. Tras una larga misión fuera de ese planeta, el legendario general Cypher Raige regresa en compañía de su hijo Kitai. En medio de una tormenta de asteroides, la nave se avería y se estrella contra la Tierra, lugar desconocido y peligroso en el que todos los seres vivos no tienen más objetivo que eliminar a los hombres. Como Cypher ha resultado herido, Kitai debe recorrer ese mundo hostil en busca de la baliza de rescate. Siempre ha querido ser un soldado como su padre, y ahora se le presenta la oportunidad de cumplir su deseo.
Un aterrizaje de emergencia deja al joven Kitai Raige y a su padre Cypher atrapados en el planeta Tierra, 1.000 años después de que Humanidad escapara de ella. Con su padre herido gravemente, Kitai deberá emprender un peligroso viaje para mandar una señal de socorro, enfrentándose a un territorio desconocido y a una imparable criatura alienígena que escapó durante el accidente. Padre e hijo tendrán que aprender a trabajar juntos si quieren regresar a casa.
Critica
Los primeros minutos de After Earth ponen en contacto al espectador con un singular neologismo: el verbo fantasmarse. En el futuro donde se sitúa la acción, fantasmarsesignifica conquistar la perfecta estolidez emocional, convertirse en una cifra sin miedo, puro presente, un sujeto capaz de bloquear todos los poros de su cuerpo para que el enemigo (alienígena) no tenga ocasión de olfatear las feromonas del miedo. Inevitablemente, cuando uno escucha a Jaden Smith conjugar ese pintoresco verbo, no puede evitar acordarse de lo que le ocurría al Bruce Willis de El sexto sentido(1999), la película que desencadenó el fenómeno Shyamalan: un individuo que se había pasado todo el metraje ignorando que estaba fantasmado desde la primera bobina. Y, también, lo de fantasmarse podría usarse para definir la extraña posición de M. Night Shyamalan en el contexto de la gran industria de Hollywood: el autor de El protegido (2000) siempre fue un extraño en esa tierra, un poeta cuya identidad reposaba en la mirada, en la puesta en escena, pero que alcanzó la gloria (efímera, inestable) por un golpe de guion; es decir por un hallazgo, muy terrenal, de pura carpintería. Después de sus dos películas más radicales —La joven del agua (2006) yEl incidente (2008)—, que le acreditaron como aislado heredero de Val Lewton, capaz de citar a Resnais en el seno de sofisticados ejercicios disfrazados de blockbuster, el director lleva ya dos películas fantasmándose; es decir, atenuando su identidad en aras de sobrevivir en un contexto cada vez más dispuesto a complacer a las comunidades (de fans) que a proteger la preciosa singularidad del individuo (el autor, esa anomalía)
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